e hënë, 25 qershor 2007

Oración

e diel, 24 qershor 2007

La Mina de José Cebolla

Estos acontecimientos se remontan al año 1939 más o menos. A siete kilómetros, camino a Cayucupil, antiguamente se le llamaba camino del Avellanal, y ahora se le llama “La Variante”. En ese lugar existe una quebrada de norte a sur donde era buscado el tesoro de Pedro de Valdivia, de acuerdo a las siguientes versiones: Cerca del Avellanal, vivía un mapuche llamado José Poico, apodado “José Cebolla”. Él vivía con su esposa y su única hija. Eran muy pobres, lo de más valor que tenían era una yeguita baya, en la que José Cebolla periódicamente venía a Cañete, pero comúnmente se emborrachaba y regresaba sin nada. Muy a menudo se le veía trabajar en joyas de plata, que luego vendía o cambiaba por víveres en Cañete. Llegó un día en que su hija recibió el don de machi, y él comenzó a hacerle los atuendos en plata. Siempre lo veían internarse en el Avellanal con un martillo y un cincel, y sus vecinos lo veían trabajar en su casa con pequeños trocitos de plata, los cuales machacaba y fabricaba las joyas y, en esa forma, él terminó de hacer todas las piezas para vestir a su hija Juanita. Pasan algunos años, y cierto día José Cebolla intentó negociar con un vecino el secreto de la mina de plata a cambio de una yunta de novillos, pero esta persona nunca llegó a su casa con los animales, ya que, la gente de ese lugar era muy incrédula y, además, al ver a José Cebolla tan pobre, no le creyeron que hubiese tenido una mina de plata. Aproximadamente en el año 1947, muere su esposa, la que es enterrada cerca del Avellanal, casi a la entrada Este, al lado de un roble. A través de los años, el tronco del árbol toma forma parecida a un caballo. Cada vez que alguien pasaba por el Avellanal, camino a Cayucupil, decía que ahí estaba el caballo de José Cebolla cuidando a su esposa y a su mina de plata, pero otros decían que era el caballo de Don Pedro de Valdivia que quedó esperándolo mientras escondía su tesoro. Después de algunos años su hija decide venirse a vivir a Cañete, ya que, José Cebolla se enferma y muere en el año 1952, siendo enterrado en el cementerio local. De la machi Juanita no se sabe si aún vive, pero posteriormente, todos los que conocieron a esta machi y conversaron con ella, fueron al Avellanal en busca de esta mina, ya que, se suponía que era el tesoro de Pedro de Valdivia. Pero mucho se comentó de todas las personas que fueron al Avellanal y al internarse allí, sólo escucharon el galope de un caballo, que nunca pudieron ver y se comenta, que era José Cebolla en su yegua que cuidaba la mina de plata, la que hasta ahora no ha sido encontrada. Si en aquellos años algún vecino hubiese llegado a la casa de José Cebolla, con una yunta de novillos a cambio del secreto de la mina de plata, esta historia habría tenido otro curso.

Recopilación por Edith Soto Flores Profesora General Básica Lebu

e shtunë, 23 qershor 2007

calzonypoto: Hojas

Hojas

Carta de cesar Vallejos a Óscar Imaña

Lima, agosto 2 de 1918.
Óscar querido: Son las 2 de la mañana y te escribo. ¿Sabrás cómo estoy en este momentito? ¿Adivinarás qué pasa en mi alma? Ahí veremos. Si adivinas. Estoy solito. En un escritorio que tú no conociste nunca. Con una luz que tampoco viste. Todo desconocido. Todo para que tú lo adivines. Tengo frente a mí raros muebles que esperan no se a quiénes. Una mosca vulgar ronda en voz gruesa y aguardientosa, perezosa y nauseabunda. Pelea con otra en el aire. Producen un sonido como de celuloide que se quema. Veo después varios sobres con ajenas direcciones. Luego, varios sombreros de invierno colgados en corro atisbados. Me restrego la pantorrilla derecha en la parte posterior; algún insecto nocturno y vivaracho y fugitivo. Canta un gallo en tiempos matemáticamente iguales. De nuevo pasa la mosca sobre mi peluca desgreñada y sucia. Te explicas. Suspiro. Me canso. Un ronquido vecino me trae gordos resuellos de siesta porcina. El Hombre está lejos de mí. Un alerta vozarrón. Es un auto que pasa predicando que en los caminos uno debe ir muy advertido...Dos golpes de mi "corazón delator", suenan en la casa. Estoy constipado, y a veces mis narices se ven en apuros sonoros y angustiosos. Pasa el último, sin novedad. Otro suspiro. Leve, minutesca pausa, que apenas me da tiempo para enumerarla. Pasa. No tengo cigarrillos. Voy a fumar un pucho reincidente. No tiene mayor culpa este humilde cachaquito, que el haberse pasado la noche en guardia misteriosa de sabe Dios qué orden menudo e invisible de fuerzas subhumanas. Pobre amigo mío. Y nada le salva. Al hecho. (...) Ya lo estoy festinando. Y para más cacha, ha sido el último fósforo también. Sueños familiares, conocidos hay en la casa. Pobres. Que duerman. Hombres y mujeres. O que hagan...lo que se les venga en gana. En la vida despierta, se sufre mucho. Pobres. Y se me acabó el pucho. Contemplo una figura de almanaque. Un hombre fornido que clava un puñal a otro que se retuerce y se queja a sus pies. Este asesinato dura 24 horas. Es raro. Alguien se ha retirado en antes de mi presencia. Se fue preocupado, después de suplicarme. Yo le dije que no, que se recoja, que no se preocupe. Ahora yo le recuerdo conmovido, y ruego a Dios por esa persona. Que duerma sin sobresalto, apaciblemente. Hay cuerda tendida. Tendida hacia la noche de mañana. Y vibra intensamente. Adios. César.

e martë, 12 qershor 2007

La Matanza de Ranquil Reinaldo Morales

Samuel Reyes Huinca es un mestizo que puebla una reducida hijuela en las cercanías del bosque Reigolil, hasta donde hemos llegado. El conoció y ayudó a los perseguidos que cruzaron por ese paso hacia Rucachoroy, caserío argentino encalvado en plena cordillera. Nos dijo que casi todos venían heridos o contusos, enancados en bestias cortadas de tanto correr. “Se detuvieron en este lugar, agregó Reyes Huinca, porque lo hallaron seguro”.Aquí se repusieron de sus machacaduras y narraron los sucesos ocurridos en Ranquil. De lo que más se lamentaban era de hacer dejado a sus mujeres e hijos. Para soslayar el dolor u ocultar el odio que les acosaba, apenas recordaron que muchos de los suyos rodaron heridos de gravedad o murieron y que los más fueron hechos prisioneros por los verdes. Los cadáveres diseminados por los campos quedaron a merced de los buitres que borraron la obra iniciada por el plomo de la policía.La mayor parte de los campesinos perseguidos se transformó en muchedumbre fugitiva. Huían sin destino, como animales salvajes, refugiándose en cuevas naturales o en cobertizos improvisados. A medida que recorrían la dilatada región, con su propia presencia, sin decir una palabra, denunciaban la injusticia que les perseguía implacablemente. Poco a poco se hizo conciencia de los sufrimientos de esas víctimas del terror policial, manejado por la avaricia de los usurpadores de la tierra que el mapuche y sus antepasados labraron con tesón y humildad. Hubo coincidencia en estimar que el mal provino del gobierno, que se mostró insensible a los problemas sociales que se generaban en las tierras del sur, iniciados por la familia Puelma Tupper en las vegas que se extienden en las márgenes del Alto Bío-Bío. Esta acusación no es exagerada, porque después de reconocerse algunos errores, muchas injusticias se enmendaron mediante indulto presidencial.La falta de medios, la imposibilidad de trabajar, la inclemencia del tiempo, el hambre, la desolación y el temor constante de caer en manos de las fuerzas que les perseguían, convirtió a los labriegos, generalmente mapuches, en seres errantes y resentidos, en una suerte de animales trashumantes. Se les fueron plegando los que sintieron que se les aproximaban las horas parecidas, los que se condolieron de sus penalidades y aquellos que confraternizaron sin hacer preguntas, conociendo estas luchas en otras esferas. Entre éstos, se hallaban trabajadores de los lavaderos de oro, jornaleros del túnel Las Raíces y también algunos ferroviarios y camioneros que se sumaron a la protesta.Los piñones que sostenían a estos valerosos fugitivos se hacían cada día más escasos. Tampoco tenían tabaco ni yerba mate. Sin embargo, las pulperías estaban atiborradas. Eran sostenidos por otros campesinos que día a día les ayudaban a ocultarse. En cada traslado se hacían de nuevos amigos que se esmeraban por mitigar la angustia que les acosaba. Así, sin acuerdo, estos abatidos campesinos se convirtieron en auténticos y primitivos caudillos que auspiciaron, sin pensarlo siquiera, un proceso de reforma sustancial del régimen de propiedad de la tierra.Sin un discurso, pidiendo alojamiento o comidas con la sola transparencia de la angustia impresa en la mirada, los fugitivos reunieron a la plebe en las montañas, la ilustraron con el ejemplo y la intuición sobre el valor de la libertad, de la justicia y de la necesidad de crear un derecho igualitario fundado en la razón. Sin predicar, evangelizaron sobre la virtud y el significado de la paz entre los hombres. Parece un milagro, el milagro que avanza hacia la solidaridad. Sólo pedían opción al trabajo humano y tranquilo…Si en su escapada hubieran recorrido todo el territorio, no quedaría un solo chileno sin comprenderlos ni solidarizarse con ellos.Pero su andar quedó limitado a las cuencas de los ríos Chaquilvin, Ranquil, Pulul, Mitrauquén, Pehuenco y Pino Solo, todos tributarios del Bío-Bío, que se alimenta con aguas de los lagos Galletué e Icalma. Su radio de influencia abarcó únicamente lugares tales como Lolco, Ranquil, Nitrito, Quilleime, Trubul y Lonquimay. Bastaron, sin embargo, esas puntas de lanza para que se creyera que había estallado la revolución social y se enviara a miles de carabineros a sofocar a los insurgentes, cuya rebeldía debía reprimirse a cualquier costo de vidas. El general Arriagada y su lugarteniente, el coronel Délano Sorucco, dirigieron la funesta campaña.Pronto comenzaron los hostigamientos en toda la zona. Algunos cedieron ante la amenaza de las carabinas, más casi todos hicieron frente con arrojo al esbirro armado bien montado. En esporádicos combates, la aguerrida comunidad de mapuches, obreros y campesinos depuestos, hizo retroceder a las fuerzas policiales, escaramuzas en que ganaron armas y municiones, que quedaron dispersas o enredadas en la montaña. Durante las noches, los amotinados preparaban sus planes para burlar a los atacantes y adiestrar a los que saldrían a la vanguardia. Al dilatarse la campaña de defensa, aumentaba la rebeldía, pero a la vez que se sublevaban las conciencias se agotaban los víveres, sin que hubiera medios para reponerlos. Los campamentos levantados en los lavaderos de oro, hasta donde llegaron numerosísimas familias de campesinos desplazados, fueron quedando desiertos.Cientos de trabajadores del túnel se plegaron con entusiasmo, sin medir las consecuencias. Sin dinero y sin medios de subsistencia, nadie les fiaba. El odio crecía.Las primeras embestidas nocturnas se dirigieron a las pulperías. El saqueo fue total, sin misericordia. Los pulperos que opusieron trabas o resistencia pagaron con sus vidas el forcejeo. Igual suerte corrieron algunos hacendados. A raíz de esta arremetida sangrienta, algunos de los amotinados desertaron confundidos por el terror. Acaso de entre ellos surgió el delator que llevó la alarma hasta Curacautín, centro de operaciones de las fuerzas de orden. Bien comidos y abrigados con sus nuevos ponchos de castilla, poseedores de gran cantidad de aguardiente y vino, con tabaco, yerba y harina para todos, y con muchos tiros y escopetas flamantes, se sintieron seguros e invencibles.Sin embargo, los verdes no se hicieron esperar muchos días. De improviso aparecieron por todas partes en gran número. Rodearon los sublevados, invadieron el rancherío provisional con furor y mataron a todos los que encontraron a su paso, sin averiguar nada. Los campamentos desocupados también fueron arrasados, quemados los enseres y los colchones rasgados a yatagán.Más de dos mil quinientos hombres y mujeres cayeron en la redada. De estos, quinientos quedaron atados como animales a improvisados palenques. En una operación de ablandamiento les dejaron dos días sin comer ni beber, casi desnudos, bajo incesante lluvia. Evidentemente, muchos escaparon, porque se ha estimado en diez mil el número de los desvalidos, sus mujeres e hijos. Esta sola cifra basta para considerar la magnitud de la tragedia de esas familias errantes, sin ningún destino, las que para cruzar a Argentina deberían hacerlo subrepticiamente, a través de pasos cordilleranos no habilitados, desiertos cubiertos de nieve, cruzados por ríos torrentosos, o por entre encarpados y amenazadores riscos.Asesinato de 477 prisioneros campesinos e indígenas en el Bío-Bío.
Quinientos prisioneros quedaron acorralados y luego fueron apegualados a las cinchas de las cabalgaduras de sus captores que en esta inhumana y degradante condición los arrastrarían hasta Curacautín, para embarcarlos luego a Temuco, donde se les juzgaría. Sin embargo, esta maniobra no se cumplió como fue planteada en principio porque tal como lo denunció el senador Juan Pradenas Muñoz, a Temuco llegaron sólo 23 hombres.El resto fue fondeado en el río Bío-Bío, después de lanzar sobre sus cuerpos ráfagas de ametralladora. El senador Silva Cortés explicó que la prensa tendió una cortina de humo para silenciar y ocultar la verdad sobre estos sucesos.Únicamente e diario La Opinión informó sobre los crímenes y abusos que originaron las protestas campesinas y también acerca de la conducta alevosa de los carabineros. A causa de esa crónica, el diario fue asaltado, destruido y empastelado por agentes secretos el 5 de julio de 1934. El Mercurio, que no quiso permanecer ajeno a la barbarie, dijo el 7 de julio de 1934: “Ha sido sofocado el movimiento sedicioso en el sur. Las tropas comandadas por el coronel Délano Sorucco lograron encerrar 500 revoltosos en Lolco. Casi todos los insurrectos han sido tomados prisioneros. El general Arriagada sigue avanzando hacia el sitio de la revuelta”. Esta declaración confirmó la denuncia hecha en el Senado por Juan Pradenas Muñoz. Los asesinatos en esa ocasión fueron 477.La emboscada de la policía en el Alto Bío-Bío, que dio lugar a los hechos descritos, ocurrió el 29 de junio, es decir, sólo seis días antes. Se estima que no fueron las denuncias relativas a este caso las que motivaron la bárbara tropelía contra el diario La Opinión, sino los ataques a la política económica y financiera del gobierno, manejada de manera absoluta por el ministro de Hacienda Gustavo Ross, quien no aceptaba críticas de ningún orden a los arreglos que hizo para consolidar la deuda externa del estado y de las municipalidades, para luego proceder a negociar su servicio.Los adversarios políticos supusieron que los arreglos con los acreedores no fueron debidamente explicados y, por tanto, ofrecían sospechas. Frente a tales denuncias, la mayoría derechista se apresuró a dar votos de confianza a la política financiera de Ross. Alessandri se defendió ante el país de las inexplicables actuaciones de su gobierno, con un manifiesto rico en alegatos de orden sentimental. La opinión pública, lejos de escucharle, continuó perdiendo la fe en sus palabras, especialmente porque cada día se acentuaba más y más la presión reaccionaria.Para perseguir al radicalismo, que se aproximaba a la izquierda, los conservadores intentaron reestructurar la educación pública, revisar los impuestos y restringir los gastos fiscales, poniendo énfasis en la supresión de empleos. Era una forma de limpiar, según expresión de ellos, la administración que se hallaba infestada de subversivos y de enemigos de la sana política económica que guiaba Ross. Por su parte, el partido Liberal consideró que la reciente ley sobre colonización agrícola era un paso hacia el desconocimiento del derecho de propiedad, porque permitiría la expropiación de fundos sin más control que la opinión de ineptos funcionarios que ni siquiera conocían el campo.El Congreso se dio por descontado que la actitud conservadora respondía a un plan permanente de mantener una administración pública a su amaño y reducir al profesorado nacional a estricta vigilancia. Se consideró, asimismo, que lo expuesto por los liberales no pasaba de ser una falacia, en atención a que los predios que se colonizarían serían, primero, los fiscales aptos y disponibles y luego, los ofrecidos por sus dueños en venta. La facultad de expropiación se limitaría exclusivamente a las tierras agrícolas aptas abandonadas o no cultivadas.Los que patrocinaron la ley de colonización estaban fuertemente impresionados por los luctuosos hechos acaecidos en el Alto Bío-Bío, porque allá quedaron allegadas a otros habitantes pobrísimos, miles y miles de familias campesinas expulsadas de sus antiguas posesiones o reductos. Las palabras de los mapuches Aillapán y Reyes Huinca, sumadas a los informes de Arcaya y Dowling, la acreditada existencia de los problemas descritos por los parlamentarios, más los testimonios nuestros, permitieron asegurar que en realidad los labriegos que vagan por las cordilleras en busca de algún sitio donde arraigarse marca una trayectoria de decadencia que los llevará ineluctablemente a una condición cavernícola, en caso de no atenderse de inmediato el problema.En la Cámara e diputado Carlos Müller, abundando en la materia, dijo que los marginados y perseguidos han perdido desde hace tiempo todo contacto con la civilización. Luego, agregó: “Al verificar semejante estado de cosas he temblado de espanto, porque allí el hombre carece de designio, de voluntad y de deseos de vivir”. No había otro destino para esos compatriotas que desfallecían de inanición, diezmados por enfermedades y plagas. Sin embargo, el acosamiento seguía impenitente. Las bancas de la derecha guardaban mojigato silencio. La prensa controlada por el partido Conservador se refirió con desaprensión al tema, derivando sus consecuencias al avance del comunismo.Este doloroso tema fue confirmado en laboriosas investigaciones judiciales que dieron varias vueltas a través de tribunales civiles y militares, llegando hasta la misma Corte Suprema. Fue definitoria la resolución a que arribó Franklin Quezada, ministro de la Corte de Apelaciones de Temuco, que en sentencia del 23 de marzo de 1935, declaró que los reos Onofre Ortiz Salgado, Juan Orellana Barrera, Florentino Pino Valdebenito, Juan Bautista Valenzuela Sagredo, Pablo Ortíz Escobar e Ismael Cartes Jara, acusados de robo con violencia en las personas y pulpería de Juan Zolezzi y José Frau, en el homicidio de Rafael Bascuñan y robos en el fundo Cotraco y pulpería de Bruno Ackermann, procedía el sobreseimiento en virtud de la ley de amnistía Nº 5483, del 13 de septiembre de 1934. La acuciosa e inteligente investigación practicada por el ministro dio origen a la ley de amnistía que surgió como un “mea culpa” generalizado.La acusación de maltrato a carabineros en las personas de José Luis Reyes y Luis Maldonado, también dio origen a otro sobreseimiento dictado el 22 de noviembre de 1934. A la vista de estos antecedentes no cabe otra conclusión que condenar en la historia el alevoso asesinato de más de quinientos inocentes que solamente pretendieron mantenerse en sus viviendas y seguir trabajando en medios cuyo usufructo se transmitía por sucesión natural, “abinitio”. El holocausto fue, pues, responsabilidad de un gobierno que en lugar de resolver con inteligencia un problema social de fácil desenlace, echó manos de una policía exaltada e inconsciente, que sobrepasó su función, mostrando un celo profesional exagerado y envilecido en la sangre de sus víctimas.Muchos años más tarde, durante el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez, y tras diligencias del diputado Miguel Huerta Muñoz, una comisión integrada por los ministros Ernesto Pinto Lagarrigue, Julio Phillipi y Jorge Saelzer dio solución definitiva al problema de Ranquil y a muchos otros parecidos originados en esa región, radicando legalmente en las tierras en disputa a sus antiguos ocupantes. De este modo se confirmó que los gobernantes, por insensibilidad o negligencia, trataron los problemas de la tierra y de su gente dejándose seducir por codiciosos señorones que aspiraban a la condición de terratenientes a costa de muchas vidas y dando rienda suelta a inconscientes esbirros.Dispersos en estancias, trabajando en obras públicas o en los huertos de Neuquen y Río Negro, rehicieron sus vidas y fundaron fecundas moradas cientos de familias que escaparon a la carnicería y cruzaron a la Argentina tras padecer indescriptibles fatigas y penalidades. Muchas familias no regresarán jamás, porque a lo largo de los años, merced a su esforzado trabajo y a la acogida de benévolos vecinos, hallaron una nueva patria que les cobijó y abrió otros horizontes a sus hijos que se diseminaron por las extensas llanuras de la Patagonia. Acaso muchos nietos de los fugitivos serán hoy prósperos ciudadanos argentinos que ni siquiera saben por qué razones nacieron tan lejos del terruño que cultivaban sus antepasados allende Los Andes.
Reinaldo Morales, Agricultor, investigador, poeta, historiador y escritor cañetino. © Mapuexpress - Informativo MapucheSe autoriza su reproducción citando la fuente.

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e hënë, 11 qershor 2007

MAL ABONO
Del libro "Cuentos para un invierno largo"
Cuando compró la chacra lo hizo enamorado del panorama. Situada en un punto alto permitía divisar el valle. La compró en primavera, cuando el verde es nuevo y lleno de promesas. La lluvia abundante hizo crecer el pasto. Le llegaba a las rodillas cuando adquirió un semental, cinco vacas y dos terneros. Su proyecto era instalar un tambo. Cavó canales para riego, hizo la quinta, arregló cercos, reparó techos. Los frutales se cargaron de flores y cuajaron en frutos. La vivienda era una cabaña de troncos. Tenía techo de tejuela y estaba ubicada en una loma. En los momentos de descanso le gustaba sentarse junto a la ventana, con un libro abierto como excusa, para dejar vagar la mirada. Al frente, un arbolito le entorpecía la visión. Al principio lo aceptó como algo dado pero poco a poco comenzó a fastidiarle. Tendría que modificar el jardín. Llegado el otoño, la despensa estaba llena. Las promesas se habían convertido en realidad: los quesos caseros se alineaban junto a los tarros de dulce y de conserva. Los hongos secos lo contemplaban desde los estantes al igual que las cerezas al natural y las truchas en escabeche. Entre tanto, las hojas habían caído y pensó que era hora de trasplantar el molesto arbolito. Con el peón, hicieron un pozo grande alrededor y lo levantaron con el pan de tierra. Algo les llamó la atención en el fondo del pozo: parecían huesos. Se acercó curioso y los removió, eran humanos. ------ El viejo policía examinaba los huesos que iban levantando sus dos ayudantes. Después, los acomodó en una caja grande y dijo: - Son los restos de dos personas. Me los llevo para estudiarlos. ------ Como todos los días, el chacarero le acercó una jarra de leche a su vecina, una anciana de cabello blanco que solía relatarle historias del lugar. La encontró mirando las plantas junto al alero. El joven le contó lo sucedido. La vio palidecer y perder el aliento. Tuvo que ayudarla a sentarse y comenzó a hacerle preguntas. La viejecita no respondía. Preocupado, buscó en la casa y le trajo una copita de licor. Recuperados los colores, la escuchó hablar así, casi en un murmullo: - Ya no tiene sentido guardar el secreto: se mataron por mí. Fue un duelo con cuchillos. Mateo, el que fuera mi esposo lo presenció. El ganador se quedaría conmigo. Yo tenía quince años y era muy hermosa - se pasó una mano por los cabellos -. Los tiempos eran difíciles. La ley no llegaba con frecuencia y los pleitos los arreglaban los interesados. “No sé qué hubiera sido de mi vida si alguno de ellos triunfaba. Eran dos hombres duros, aventureros. Yo era muy tímida y probablemente hubiera tenido que aceptar al ganador”. “Vivíamos con mi madre en esta misma casa. Esa chacra que usted. compró era de un porteño. Ellos eran los caseros y Mateo era su peón. Tenía veintidós años y era un lindo muchacho. Solía traernos la leche cada día, así como usted, a mi madre y a mí. Conversábamos mucho los tres, le gustaba inventar historias. Nunca me habló de amor. Los otros sí lo hacían y de un modo brutal. Varias veces habían peleado por mí”. “Esa noche seis detonaciones nos sorprendieron. Mateo nos contó más tarde: habían bebido. El mayor intentó asesinar al otro descargando el revólver contra él. No logró darle”. “El agredido se alejó y se escondió hasta que supo que se habían terminado las balas. Entonces, desenfundó el facón y volvió a subir a la casa desafiando al mayor. Mateo observaba como paralizado. Se acuchillaron entre sí. El menor sobrevivió al otro unos pocos minutos, luego murió también”. ------ La anciana se había detenido en la narración. Por un momento pareció sonreír y retomó el hilo: - ¡Mateo era un muchacho tan bueno! No quiso que mi nombre se viera mezclado en un asunto turbio y los enterró. Aprovechó el pozo que habían preparado para plantar ese arbolito. ¡La verdad que no ha crecido mucho pese al abono...!, ¡es que no eran buena gente...! “Mateo, después, habló en el pueblo de un viaje inesperado que no sorprendió a nadie... porque solían desaparecer por temporadas. El siguió a cargo de la chacra y empezó a cortejarme. Al año, luego de morir mi madre, nos casamos y vivimos aquí, en esta propiedad; Mateo siguió cuidando la de al lado hasta que murió. Bastante tiempo después, se la vendieron a usted”. “Esa es la historia, como todos los protagonistas están muertos ya no tengo por qué ocultarla”. ------ El chacarero terminó de relatar al comisario lo que la anciana le contara. El servidor de la ley se tomó su tiempo para armar y encender un cigarrillo, luego, acomodándose mejor en el sillón del escritorio le preguntó: - ¿Cuántos años tiene la señora? - Ochenta y cinco. - Es una historia muy romántica y el marido fue un buen hombre. Yo lo conocí: trabajador, puntual y calculador. La amaba mucho. Podemos dejarla así, es una historia conveniente. - ¿Por qué dice eso? ¿Acaso piensa otra cosa? - No, mejor no dudar de la versión de la anciana. Eso sí, le pido que no lo comente con nadie: los restos tenían, cada uno, tres agujeros de bala en la parte posterior del cráneo.

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